ANSIAS
DE ETERNIDAD EN VEJER DE LA FRONTERA.
Vuelto de vacaciones, el camarero del
casino me señala que han sido breves. La frutera que goza consumiendo azofaifos
me aclara que, cuando se encuentra mal, el disgusto parece interminable.
También existe una sensación sublime del tiempo, que conlleva ansias de
eternidad: “No quiero irme nunca de aquí”, me declaró la profesora en la noche
de Vejer. La he recordado algunas mañanas en el desayuno, trayendo a mi memoria
el zumo de naranja natural en el hotel Convento de San Francisco.
Así transcurren los días. Lo bueno
siempre nos parece breve, lo malo interminable, y lo sublime nos llena
profundamente el alma. Como la vida se repite, siempre disponemos de
oportunidades. O sea, que hay que saber elegir, los lugares, los momentos y las
personas. Escribir el diario facilita la tarea, porque se puede predecir el
futuro, para aprovechar lo positivo y desechar lo negativo.
La siguen llamando placita de Santa
Ana a la que antaño debía de serlo, aunque el ensanche que la transformó
ampliándola considerablemente niegue ya el diminutivo. Mas la gente prefiere
continuar con el nombre que ya no corresponde a la realidad, igual que el que
habla de Manolito refiriéndose al sacristán cincuentón y grandote, que dejó de
ser Manolito hace cuatro décadas. Con ese análisis momificado cuesta trabajo
admitir que hay personas y lugares que no permanecen inmutables, sino que el
tiempo los modifica. Quien no advierte los cambios se empeña en una visión
raquítica y torpe, y acaso adoptará nuevas pautas de conducta pero sin
reflexión, sin autoconsciencia. Se advierte en el tren repleto de jóvenes cuya
mayoría recorre su trayecto atento a las imágenes y textos de una pequeña
pantalla de uso personal. La visión alicorta de sus padres permanece en ellos
que reducen su universo a una sarta de estereotipos y de consignas
manipuladoras.
El viaje en tren y la
contemplación del paisaje es una invitación permanente para la meditación, para
soñar y para imaginar. Pero la mayoría de los viajeros jóvenes ha renunciado a
esa magnífica posibilidad diaria, ya que sus ojos no miran tras los cristales
del vagón sino que se obsesionan con las noticias y las imágenes que ofrecen
sus teléfonos móviles, que así se adueñan de sus cerebros impidiéndoles la
apertura mental que ofrece la visión de los campos sembrados y los árboles
frutales que acompañan el recorrido hasta El Cáñamo, Los Rosales o Guadajoz. El
último día vi a un joven leyendo un libro, ¡oh!. Con un periódico, imposible.
Así se preparan nuevas generaciones para someterse a los dictados estúpidos de
dirigentes necios o, todo lo más, pícaros con apenas inteligencia. Me han
traído estas cavilaciones el recuerdo de un libro de José Gestoso y Pérez, Apuntes del natural (Sevilla, 1883), en que el autor señala como “una gran
dicha” la “cualidad acomodaticia de nuestro espíritu” (página 16), aunque en
verdad lo que hay que considerar, viendo el deterioro de los modos de
pensamiento, es que esa “cualidad” es un infortunio.
Recuerdo ansias de eternidad en la noche de
Vejer, las que siente el alma en busca de la inmortalidad. Hay lugares y
personas que las inspiran y las hacen inolvidables. Esa aspiración motivó al
párroco de la Asunción de Lora a construir la torre que desde 1890 define la
imagen de la histórica villa. Y luego de darle altura al espíritu creyente, se
hizo de una plaza un jardín que aún al final del verano huele a dama de noche,
y todos los días del año cuatro surtidores de la fuente cerámica ofrecen rumores
de poesía junto a los limoneros, las jacarandas y la gigante araucaria. Los gorriones
cantan el atardecer antes de que las farolas de hierro forjado con base de
ladrillo visto enciendan sus luces para que los enamorados dispongan de un
decorado que eleva los sentimientos.
(Foto tomada de "El Mundo") (28/11/2019)
(Foto tomada de "El Mundo") (28/11/2019)


