Pasé el fin de semana en Guadalupe,
adonde llegaron los cristianos de Ecija para enterrar a su Virgen del Valle
porque los cafres musulmanes que nos invadieron en el siglo VIII destruían las
imágenes que veneraban nuestros antepasados. Seiscientos años después la
encontró un pastor cacereño y ya desde entonces recibe culto y peregrinos en el
santuario que la conserva, con el nombre de Virgen de Guadalupe. Hay que
agradecer que los propios monjes jerónimos pintaron los cuadros contando este
relato, que incluye en origen de la milagrosa Imagen morena, en el claustro
principal del monasterio. Por igual causa, huyendo de aquellos salvajes que
incluso desenterraban los cadáveres de los santos, los cristianos habían
llevado hasta Berzocana, cerca de Guadalupe, los restos de San Fulgencio,
obispo de Ecija, y de su hermana Santa Florentina, fundadora de convento
astigitano. Allí estuve en la mañana del domingo, donde el sacristán me narró
la historia de esos dos hermanos de San Isidoro y San Leandro. El pueblo de
Berzocana los considera sus patronos y los saca en procesión en sus respectivas
fiestas, rotula calles con sus nombres, y para aumentar el esplendor del templo
que acoge sus restos, en el siglo XVI la que comenzó siendo ermita y después
iglesia de San Juan Bautista fue ampliada con carácter monumental, a lo que
contribuyeron acaudalados vecinos por amor a su pueblo y a sus santos.
Esta huida a la sierra de Guadalupe,
para salvar de las hordas fanáticas islámicas que saqueaban las tumbas
veneradas y destruían imágenes religiosas, de una Virgen y unos Restos de
santos retornan al presente porque el presidente del gobierno quiere exhumar
los restos del General Franco que fue enterrado, tras su muerte en 1975, en la
basílica que mandó construir en el Valle de los Caídos; igual que otros
fanáticos comunistas pretenden exhumar los restos del General Queipo de Llano,
muerto en 1954, y sepultado en la Basílica de la Macarena, de cuya construcción
fue principal protagonista. Han transcurrido 1300 años, y, como el ciclo
comienza de nuevo, los bárbaros repiten acciones tratando a personajes
históricos carismáticos como si se tratase de santos venerables, intentando
destruir hasta sus tumbas.
Por eso estos sucesos nuevos no
merecen ni una crítica, dan asco. Varias veces visité el Valle de los Caídos,
que es una idea de Franco que se puso en marcha firmando un decreto el 1 de
abril de 1940, un año después del término de la guerra civil. Los recuerdos del
impresionante monumento están presentes en mi memoria, porque la cripta acoge a
los caídos por España, sin especificar contendientes. Allí debe de estar
anónimo el cuerpo de un héroe de la Batalla del Ebro, pariente mío, muy joven
voluntario, del que en mejor ocasión escribiré, mejor y no ésta. El Ejército lo
condecoró con la Medalla Militar Individual, y su nombre está inscrito en los
libros de historia. Sus oponentes en la Batalla creían defender ideales
republicanos para España, aunque en realidad peleaban a favor de la Unión
Soviética, que felizmente fue vencida.
Un
lunes de junio pasado asistí a misa en la Basílica de la Macarena, siempre con
mucho público, pero sin espiritualidad el sacerdote celebrante. Como nunca, las
puertas del templo chirriaban por falta de aceite. La tumba de Queipo de Llano
con huellas de haber sido arrancados símbolos; su nombre, sin calificativo; sin
embargo, a su lado la esposa recibe el tratamiento de Excelentísima Señora. Son
comunistas los que quieren desenterrarlo. El secretario general del Partido
Comunista de España durante la guerra, José Díaz, se suicidó en la Unión
Soviética cuando comprobó las mentiras de los gobernantes rusos. Muchos años
después su hija llegó a Sevilla, conoció a los herederos de los ideales de su
padre, y también se suicidó (las fotos han sido tomadas de pinterest.es, mispueblos.es, wikipedia.es, el nacional.cat y todocoleccion.net). 3-7-2018
