En sueño había tenido la premonición de esa escena sin palabras, y por tanto no sabía su explicación. Aquel día sí la averigüé cuando sentado en un banco frente a un altar penumbroso, que no es el de la fotografía ni sucedió en la iglesia de Villanueva de los Castillejos, un sacerdote se arrodilló ante mí y me pidió que lo perdonara. Al momento lo invité a alzarse y le manifesté que estaba perdonado.
Era evidente que me había difamado y necesitaba confesarse conmigo como primer paso antes de cumplir penitencia purificadora. Si cuantos me persiguen, odian, desprecian, calumnian e injurian obraran de la misma manera, se formarían colas.
Lo vengo viviendo hace muchos años, pero sobre todo a partir de la primavera de 1992 en el sevillano Parque de María Luisa, cuando obtuve las pruebas experimentales de la existencia de Dios. Aunque la animadversión creció con desmesurada potencia desde el 19 de agosto de 1995, fecha en que, al cabo de muchos años de alejamiento de la práctica religiosa, volví a confesar y comulgar, lo que ocurrió en la iglesia parroquial de Nuestra Señora de los Dolores, de Isla Cristina, templo proyectado por los arquitectos sevillanos Alberto Balbontín de Orta y Antonio Delgado Roig (1), con una inconfundible seña hispalense en su hermoso zócalo de azulejos.
El lector comprenderá que me reserve el nombre del lugar donde sucedió la escena. ¿Por qué he elegido entonces un lugar del Andévalo? Porque fue en la misa conmemorativa del protomártir Esteban cuando pensé en publicar este artículo, y me hallaba allí de paseo en Navidad, tras tomar café y dulces en “La Miloja”, un obrador que se esmera en sus elaboraciones.
Mi descubrimiento de Dios llevó aparejado el conocimiento de que hay una fuerza contraria, preexistente a la creación del primer hombre, y esa energía infernal se opone a cualquier unión con Dios e inspira la maldad de las multitudes descendientes de Caín. Antes de mi descubrimiento creía yo que el demonio era ocurrencia de viejas, esto pensado siempre con todos mis respetos; tras conocer con pruebas irrefutables que existe un Ser Supremo, el infierno se me desveló con la misma consistencia con que se les reveló a los niños de Fátima el 13 de julio de 1917 (2). 30-1-2017
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(1) José Sosa Rodríguez: Historia de Isla Cristina, Sevilla, 1970, página 677.
(2) Joâo de Marchi: Era una Señora más brillante que el sol…, 8ª edición, Fátima, 1992, pp. 79-80.
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miércoles, 1 de febrero de 2017
El sacerdote se arrodilló ante mí y me pidió perdón.
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